miércoles, 10 de junio de 2015

¿Quién fue un profeta?

Es muy difícil ser aceptado como profeta mientras se vive, sólo es reconocido como tal muchos años después; por eso no pregunté ¿Quién es un profeta? Quizá se puede ser elegido o simplemente se acepta serlo conducido por  circunstancias particulares.
Esta palabra se deriva del griego profetes y quiere decir el que habla en nombre de otro; para el caso de los profetas religiosos significa el encargado por misión divina de hablar en nombre de Dios.
Otra función de un profeta es la de anunciar acontecimientos futuros mucho más allá de su generación,  mediante revelación divina.
También han sido llamados profetas a los enviados de Dios con misión de instruir y revelar las cosas ocultas y los misterios de la vida espiritual, proponiendo la renovación de creencias.
Cualquiera de los anteriores atributos hace de una persona un profeta; no es necesario que se den todos ellos.
En la antigüedad algunas personas se hacían pasar por profetas para alagar al pueblo o para ganarse el favor de los príncipes, prometiendo prosperidad y tiempos mejores.
El transcurrir del tiempo muestra si lo profetizado se cumple y si lo enseñado fue noble y revelador; por eso la recomendación racional es que nadie se apresure a aceptar a una persona como profeta o a juzgarla como falso profeta.
“Amados míos, no creáis a cualquier espíritu, sino examinad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas se han levantado en el mundo” (1 San Juan 4, 1) Nos recomendó el profeta Jesucristo. Esta recomendación: «examinad» debe significar prudencia tanto para aceptar como para rechazar.
Un profeta no necesita hacer milagros. Los milagros nada prueban. En muchos casos, la ciencia de hoy han sido los milagros de ayer. En el pasado y en el presente, se hizo y se hacen milagros ante los ojos de quienes ignoran la causa o la ley de la naturaleza aplicada al suceso tomado como sobrenatural, maravilloso o milagroso.
No pida a ninguna persona ni prodigios ni milagros como prueba de su calidad de profeta. Nadie tiene el derecho de acreditar o desacreditar tal condición. El juez supremo es el tiempo. Jeremías, Ezequiel, Juan Bautista, Mahoma y Mormón no hicieron milagros; fueron indiscutibles profetas; aunque rechazados por muchos, mientras vivieron.
Pero de una cosa sí hay que estar seguro, y es que el verdadero siervo de Dios Padre Espiritual justifica su misión por el resultado y la influencia moralizadora de sus prédicas y de sus obras. «Por sus frutos lo conoceréis», dijo un verdadero profeta (Jesucristo) rechazado en su época por los suyos. Mírenlo con los ojos del espíritu, escudríñelo con la lógica y la razón, obsérvele todos sus actos. Su carácter, sus virtudes, su inteligencia no puede estar en contradicción con el cumplimiento de una misión noble.
¿Cómo distinguir a un bien intencionado humano, de un ambicioso, orgulloso, embustero, e impostor? La respuesta puede darla su Dios interior. Le reitero que lea con mucho detenimiento mi doctrina para que no emita juicios ligeros e irresponsables.
Todos tenemos una misión en la vida, yo le sugiero esta pequeña oración: OH Dios, dime con certeza quién soy, cuál es mi misión y cómo cumplirla, sólo soy tu hijo, hágase en mí según tu palabra, dame el espíritu y los medios para cumplirla. No quiero parecer ser, sólo quiero ser tu humilde y devoto hijo. Amen.
Ante todo, le aseguro que nadie desde un principio decide ser un profeta, esto es algo que inesperadamente se va dando a fuerza de misteriosos acontecimientos y de inexplicables sueños. Por el poder de su Dios interior se ve diciendo y escribiendo cosas, al comienzo incoherentes, pero que con el correr de los días, de los meses y de los años van tomando sentido de revelación y se va asumiendo la misión. El primer escéptico y sorprendido es el profeta mismo.
El verdadero profeta, sin designio premeditado, se va descubriendo así mismo, a pesar suyo.
Los profetas logran serlo por una mayor intuición obtenida con un mayor y mejor uso del cerebro y/o por revelación divina, según lo que se quiera creer. Lo cierto es que el profeta recibe de su Dios interior un conocimiento superior. ¿Puede darse algo sin la voluntad divina, que debe ejercer dentro de su cerebro?
En tiempos antiguos hubo escuelas para profetas; se cree que Samuel y Eliseo fueron fundadores de dos escuelas; porque consideraban que la persona que sentía el llamado interior debía adquirir una formación superior a los demás para cumplir de la mejor manera posible la misión divina. En la actualidad hay academias de canto, pero no todos logran ser cantantes. El profeta como el buen cantante nace y se hace.
El profeta es un producto final para cada Era de la “humanidad” que no cesa de avanzar. Los profetas son receptores de mandatos divinos; es alguien que posee una particular “vibración del alma”. El profeta interpreta el pasado y el presente y lo proyecta al futuro.
Algunas profecías son demasiado obvias,  otras no tanto. El profeta goza de mayor sensibilidad para ver, oír y sentir. El profeta siente la necesidad de decirle a sus contemporáneos lo que está mal. Desde que existe la facilidad de la escritura, los profetas prefieren escribir, en su aislamiento. La peor condena para un profeta es obligarlo a guardar silencio; su mayor preocupación es la ceguera de sus semejantes.
La característica de un conocimiento considerado revelación es  adelantado en comparación a lo conocido en determinada época. En todos los casos no es un conocimiento gratuito. Indudablemente el conocimiento de la persona que siente el deseo de ayudar a la “humanidad” es ganado por la voluntad de estudio suficiente sobre un asunto en particular. El entusiasmo superior, el Espíritu obsesivo por conocer algo en particular viene de adentro, obedeciendo la voluntad de su Dios interior; no obedece a intereses terrenales.
La constante común del profeta es la entrega en cuerpo y alma a descubrir nuevas verdades conforme avanza el conocimiento en su conjunto. Todo es un proceso de aciertos y errores. El profeta en potencia, no deja de ser humano, por lo tanto la revelación es limitada e imperfecta. No es Dios en persona, es alguien que anhela vivir a imagen y semejanza de Dios. La respuesta a la pregunta por qué alguien hizo algo y no otro, establece la diferencia. Obviamente que algunos también ven futuros posibles, pero no se atreven a manifestarlo.
La existencia del libre albedrío en el humano indica que todo elegido, en esencia, hace auto otorgación. Dios requiere de nuestra voluntad para hacer la suya, aunque tiene todo el poder para imponerse; el Dios interior obra en el proceso evolutivo espiritual e intelectual de quien desea hacer algo por el bien de la humanidad. Por eso surgen profetas periódicamente para facilitar el progreso y reducir la confusión. La labor de todos los profetas está sujeta a revisión conforme avanza la ciencia, la filosofía y la experiencia personal con Dios.
Dios enseña a pescar, no da el pescado. Él se vale de circunstancias de vida, de sueños, de visiones, de señales mediante los números y la posición de los astros, de revelaciones, de libros, de espíritus angelicales, de personas solidarias; permite que se desentierren escritos antiguos para llevar acabo su intervención divina para re-direccionar al mundo.
Nuestro Padre Espiritual cuando lo estima conveniente elige seres capaces de resumir, completar e integrar verdades espirituales paralelas al progreso filosófico, teológico y científico de la época; para exponer una nueva doctrina revelada con neutralidad y convergencia total.
Las doctrinas están en permanente evolución como lo está todo en los mundos evolutivos. Dios no descuida su creación; pero deja en libertad de acción a sus criaturas.
Quienes prefieren el bien y anhelan una vida mejor escuchan a los profetas, pero algunos no ofrecen protección ni apoyo.
Quienes destruyen profetas anulan la ayuda que el mundo requiere en ese momento. Los profetas son el producto de un clamor.
Los buenos claman por ayuda, pero cuando le es dada, no la reconocen. Y la rechazan porque esperan ayuda desde afuera y el profeta siempre plantea que la solución está dentro de cada uno de nosotros.
Para tristeza del profeta, las personas esperan soluciones mágicas, pocas están dispuestas a ser parte de la solución. El profeta mismo, como producto de una población mundial, contaminada por el mal no está libre de imperfecciones que lo hacen parecer como lo que son: simples “humanos”. Y según la creencia de muchos, los profetas deben ser, prácticamente, perfectos y sobrenaturalmente sabios. ¡Gran equivocación!
¿Por qué los profetas son incomprendidos, silenciados y en su mayoría asesinados? Porque dicen verdades adelantadas para la época. Y lo que menos acepta la gente es que le digan la verdad. El denominador común de los profetas ha sido señalar nuestros errores, invitarnos a mejorar nuestra conducta e indicarnos cómo podemos ser mejores. Y en un mundo donde el mal es amo y señor nadie puede entrometerse. Dentro de la especie ECA [Egoísta, Codiciosa y Agresiva] proponer el predominio del interés común es un atentado a las ambiciones personales.
Un verdadero profeta es un ángel leal a su Dios interior que incomoda a los ángeles rebeldes que no escuchan a su Dios interior, al Orientador de Pensamiento Divino.
Los ángeles del mal calumnian, califican de loco y endemoniado a los portadores de buenas nuevas. El profeta no es inmune al mal que reina a su alrededor; por eso algunos profetas  han sido sobornados con beneficios materiales para que abandonen su misión divina, que siempre debe ser desinteresada.
Nuestro destino es la perfección material, intelectual y espiritual. Es la misma humanidad la que forma los profetas; ellos son productos evolucionados. El crecimiento del todo es el resultado del crecimiento colectivo de las partes. Esto es aplicado a la infinita obra de Dios. Si los mundos locales evolutivos de manera colectiva crecen, la obra total de Dios también crece.  Nuestro Padre Espiritual tiene interés sublime y amoroso por nuestro progreso. La voluntad del Creador se materializa en la sumatoria de todas las voluntades de los dioses encarnados. Recuerde: todos somos dioses. Por ello, de vez en cuando surge un humano de un buen nivel intelectual y espiritual, para instruirnos en una mejor administración de nuestro mundo local.
Se requiere de siglos para el surgimiento de un profeta. El verdadero profeta es un portador de la sabiduría de sus antepasados, un estudioso del presente y un visualizador del futuro. Aislar, ignorar o asesinar a un profeta es frustrar la obra divina. Es una pérdida muy grande impedir que un profeta cumpla su misión. Después de la anulación de un profeta vienen años de oscuridad y desamparo; es tiempo de confusión, llanto, dolor, y soledad para la humanidad que no hace lo que debe hacer para evolucionar hasta ser verdaderos humanos, hijos de Dios.
Poseemos libre albedrío para que nuestro Dios Interior decida el futuro colectivo. Dentro de naturales limitaciones somos soberanos.
Con el consabido argumento: «Vendrán falsos profetas» los enemigos de la renovación de las creencias, siempre han callado a los que han querido que se actualicen conforme avanza la ciencia y evoluciona el pensamiento. ¿Y saben por qué es tan difícil renovar las creencias? porque a la mayoría de los adoctrinados les da pereza leer e investigar y además se sienten cómodos con lo sabido por siglos.
Muchas personas después de leer mis propuestas, en lugar de investigar por sí mismos, correrán directo a sus líderes de las congregaciones religiosas (Sacerdotes, rabinos, pastores, sheiks, monjes y ministros) a preguntar por lo que yo escribo, y por supuesto que ellos responderán: «Eso es pura mentira, bien dice la Biblia que vendrán falsos profetas» Pero el propio Moisés, Jesucristo, Mahoma y demás reconocidos profetas de varias  religiones, mientras vivieron fueron callados con este mismo argumento, usado por todos los que quisieron asegurarse de no ser controvertidos con renovadoras propuestas.
El equivocado concepto de Mesías y la  expresión “vendrán falsos profetas” ha impedido el reconocimiento de una persona como tal, mientras vive.
¡Qué difícil salir de este círculo vicioso! Por eso desde ya quiero que los seguidores de mi nueva concepción filosófica, teológica y científica estén siempre abiertos a la renovación en aquellos puntos donde pierda vigencia.
Deseo que a partir del Tercer Testamento no se vuelva a usar este facilista y reaccionario argumento: “Vendrán falsos profetas”. Cualquier persona tiene derecho a proponer lo que considere progresista.
 Ojalá Dios permita que permanezcamos mucho tiempo en el planeta Tierra para disponer de otros Testamentos.
Y ya para terminar, quiero decir que un profeta es ante todo un mensajero salido de las entrañas de la propia humanidad. Se puede ser mensajero del bien o del mal. El verdadero profeta de Dios es un mensajero del bien. Por lo tanto de una u otra manera todos podemos ser profetas en la medida que decidamos ser propagadores o proponentes de ideas buenas.
Un auténtico profeta de Dios busca con sus enseñanzas el bienestar de toda la humanidad. El que busca el bienestar de unos pocos es un líder sectarista de algún grupo religioso en particular, no un profeta de Dios elegido para la humanidad. Para Dios todos los humanos somos sus criaturas, sus hijos; sin discriminación.
La universalidad del mensaje determina si se está frente a un profeta de Dios o frente a un mensajero de una clase social, de una religión o de un partido político.
El concepto de santo nada tiene que ver con el criterio para calificar a un verdadero profeta. Recuerde: universalidad del mensaje. Algunas religiones excluyentes han santificado a sus religiosos como quien concede grados pos-mortem, muy diferente a convertirlo en un profeta de Dios.
Créame que no es nada fácil ser un mensajero del bien en un mundo donde muchos ven el mal como lo más normal de su existencia.
Con sinceridad confieso que lo mejor que le puede suceder a un humano es querer asumir una misión divina; pero no es nada fácil, porque la persona sigue siendo la misma, llena de incertidumbres. Algunos creen que quienes asumen misiones renovadoras son diferentes al resto de personas. Los idealizan. El intelectual espera verlo brotando sabiduría por los poros; el esotérico espera verlo levitar; el fanático religioso le exige milagros.
Cada persona espera verlo según su particular idea de quién es un profeta. En estos momentos usted debe estar haciéndose la misma pregunta que yo me hice cualquier cantidad de veces: ¿Cómo saber si mi obra literaria es lo que Dios quería que se escribiera para este tiempo? ¡Vaya pregunta! Aparentemente muy difícil de responder, pero tenga en cuenta que el transcurso del tiempo, será el justo juez. O sea, el tiempo lo dirá...

El Mesías no llegará

No esperemos la llegada del nuevo elegido bajando del cielo, con alas en su espalda, envuelto en una nube, con rostro resplandeciente como el sol y sus pies como columnas de fuego y rugiendo con voz de león, expeliendo fuego de la boca para devorar a sus enemigos, tornando las aguas en sangre e hiriendo a muchos con todo género de plagas malignas.
Tampoco debemos creer que para su llegada el cielo se abrirá dejando ver el arca, y que su descenso será el fin del mundo; y que si alguien se atreve a asesinarlo, él volverá a resucitar después de tres días y subirá al cielo en cuerpo y alma atemorizando a todos los que observan su ascensión; tal como literalmente lo expresa las Escrituras. No debemos confundir la definición de un Mesías con la de un profeta.  Son conceptos diferentes.
En tiempos de Jesús concebían al Mesías como un ser sobrehumano, e incluso divino.
Algunas personas esperan que el profeta haga milagros y prodigios atribuidos fantasiosamente a los supuestos elegidos por Dios como Mesías. Un profeta es diferente a un Mesías. El Mesías descrito en las Escrituras, no vendrá Jamás, son similares a los héroes . Por Dios como es posible seguir creyendo que vendrá un Mesías tipo Superman o el Hombre araña.       
Cuando Jesús llegó a ser adulto, sin dudar de su condición de elegido, ungido (Cristo) se convenció de que lo escrito acerca de Moisés no se debía tomar al pie de la letra; sino como simple alegorías y metáforas. Este fue un motivo, entre varios, para ser rechazado por el Sanedrín y demás tradicionalistas de la época.
Jesucristo, una vez convencido de que la historia acerca de Moisés, no era más que un bello cuento literario; la ingenuidad del niño cedió a la verdad cruel de la lucha por el poder; y cada circunstancia le mostraba con mayor claridad que su reino no era el esperado por sus contemporáneos; percibía con mayor seguridad que su reino no era coyuntural ni material, que por el contrario era de largo plazo y espiritual. De adulto, a menudo se le escuchó decir: “Mi reino no es de este mundo. No penséis que he venido para obrar milagros para la complacencia de los curiosos o para convencer a los incrédulos. Estoy ante vosotros obedeciendo la voluntad de mi Padre del cielo, cual es la de señalar el camino de regreso al Paraíso que obtendréis escuchando a vuestro Dios interior”
Jesucristo siendo elegido por Dios, sin ser Dios, esperaba que sus seguidores tuvieran fe en su doctrina y en el Ser Supremo; así mismo sabía que Dios demandaba de él mucha fe, sin ser dotado de facultades sobrehumanas. Aunque su bastón no se convertía en serpiente ni separaba las aguas del mar, nunca dudó de su encarnación para el cumplimiento de una misión divina.
A Jesucristo no le aceptaron la propuesta de sustituir la idea de reino, donde hay rey y súbditos, por el concepto de familia celestial, padre celestial, hijas e hijos de Dios Padre, hermanos por parte de un padre celestial, parientes celestiales; hermanos carnales y espirituales.
A través de las escrituras se decía que la familia que concebiría el Mesías, seria del linaje de David; como efectivamente él lo fue, pero cuando los israelitas lo tuvieron frente, fueron tantos los atributos exigidos al supuesto Mesías esperado, que no lo reconocieron. Pero sin lugar a dudas Jesús era el esperado.
Jesucristo rechazó la descripción de Mesías salvador y vengador, con poderes sobrenaturales, actuando a favor de unos y en contra de otros; “Entonces ordenó a los discípulos que a nadie dijeran que Él era el Mesías”.(Mateo 16, 20) “Él les preguntó: y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Mesías. Y les encargó que a nadie dijeran esto de Él” Marcos 8, 29-30. Por el contrario, cuando Cleofás se refiere a Él, camino a Emaús, como profeta, Jesucristo no le refuta ni le prohíbe decir tal cosa.  “...y tomando la palabra uno de ellos por nombre Cleofás, le dijo:¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no conoce los sucesos en ella ocurridos estos días? Él les preguntó: ¿Cuáles? Contestáronle: Lo de Jesús Nazareno, varón profeta, poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo...” Lucas 24 18-19
No esperemos al profeta para este tiempo combatiendo a Satán ni esperemos a que el maligno venga acompañado de un séquito de ángeles infernales, haciendo ruidos con sus alas, con colas semejantes a los escorpiones, con corona de oro sobre su cabeza, su pecho con coraza de hierro y sus dientes como de león, como metafóricamente es descrito el que ha de venir a dar recomendaciones para un mejor vivir, en el Tercer Milenio.
No, mis queridos hermanos carnales y espirituales, no se debe cometer el mismo error interpretando literalmente los capítulos reveladores 10 y 11 del Apocalipsis, que anuncian un librito abierto  y la  salida al público del elegido para este tiempo.
Jesucristo no quiso ser crucificado; nadie quiere en el presente siglo ser abaleado ni apuñalado por querer renovar creencias religiosas.
A Cristo lo rechazaron y crucificaron por ser común y corriente, por no ser del Sanedrín, por haber sido engendrado y parido por seres mortales, como lo son todos los profetas.
No esperemos al que no ha de venir; y no maltratemos al que llega, y después nos lavamos las manos irresponsablemente. Basta ya de ignorar y de asesinar Profetas. Jesucristo se refirió a Jerusalén como a la ciudad asesina de profetas.
Con la parábola del rico Epulón y el pordiosero Lázaro, en San Lucas 16, 27-31, Jesucristo resume lo que le sucede a Él y a todos los profetas, relatando las súplicas hechas por el rico en el infierno y el pordiosero en el seno del padre Abraham: “ Te ruego, padre Abraham, que resucites a alguien y lo envíes a casa de mi padre en la Tierra, porque tengo cinco hermanos, para que les advierta, a fin de que no vengan también ellos a este lugar de tormento. Y dijo Abraham: tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen. El rico Epulón dijo: No, padre Abraham; pero si algunos de los muertos conocido por mi familia fuese a ellos, harían penitencia. Y le respondió Abraham: si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se dejarán persuadir si un muerto resucita”
¡Cómo ha sido de numerosa la familia de Epulón en todos los tiempos! Siempre los vemos exigiendo milagros e inventando resurrecciones de muertos. La exigencia de milagros se remonta a la religión primitiva caracterizada por  la magia, el truco y el engaño. La exigencia de milagros es característica de las personas de poca fe. La buena doctrina, venga de quien venga, se acoge y punto. Ahora o nunca, sin tantos peros. Perfecto sólo Dios; omnisapiente sólo Dios, infalible sólo Dios. Somos de carne y hueso, recibámosle tal cual.
Todos sabemos que como vamos, vamos mal. Cuando no acontece un desastre natural se perpetúa un acto terrorista de grandes proporciones. A un gobierno corrupto le sigue otro peor. A los líderes religiosos los vemos dispuestos a matar con tal de conservar su lucrativo negocio, al igual que los 31 miembros del Sanedrín que organizaron el complot para crucificar a Jesucristo, y que desafortunadamente siguen reencarnando para destruir al profeta que se oponga a sus intereses.
El panorama es de corrupción, permisividad, de mentiras y de engaños, de negligencia, decadencia e  inmoralidad.
El mundo no necesita de un Mesías, que lo haga todo él, todos debemos asumir responsabilidad y corregir. Escuchémonos y respetémonos. El mundo está cansado de mercaderes de la fe con intereses mezquinos; está desilusionado de los políticos corruptos y de líderes religiosos mentirosos y codiciosos.
El mundo del presente siglo, con todos los síntomas de un enfermo grave, necesita con urgencia que se le formule una doctrina para una nueva Iglesia Universal. Pero si el enfermo se niega a tomar con juicio lo formulado, está irremediablemente condenado a una muerte lenta, pero segura.
Las autoridades religiosas del siglo primero no aceptaron a Jesucristo, ni siquiera como el auténtico profeta que fue; tampoco los actuales líderes religiosos aceptarán que se cuestionen sus creencias, por eso es necesario que la persona común y corriente, un feligrés raso. un humilde hijo de Dios,  apoye la nueva doctrina.
Yo no creo que alcance a ver al Papa actual reconociendo una nueva doctrina opuesta a la propia; pero en años venideros cuando sea aceptada por millones de feligreses, algún día, a  un Papa en el futuro, no le va a quedar más alternativa que renovar su doctrina católica, apostólica, romana y muy poco cristiana.
Vamos hacia una tercera guerra mundial con armas nucleares, nos vamos a extinguir, porque la descripción del Mesías en las antiguas escrituras nos impiden acatar las recomendaciones que Dios nos hace a través de los profetas absolutamente humanos.

Escritor por mandato divino

Todo comenzó cuando recibí el mandato divino de escribir un libro, en la voz de una mujer llamada Aurora, a quien le gustaba que le dijeran Ángela, en quien entró un espíritu divino que dijo ser el Ángel Sarén.
Veamos un resumen de la historia. ¿Fantasía o realidad? El tiempo lo dirá.
En el año 1993, yo vivía en la calle 39 con Cra. 13 A,  en el sector conocido como Centro internacional, en Bogotá-Colombia, en el edificio Catalina II.
En la recepción del edificio no estaba el portero. De pies, aunque había un sofá, se encontraba una dama, dueña de una estampa angelical pero con ropas de ejecutiva, el sábado 18 de septiembre de 1993 a las tres de la tarde.
-¿Qué se le ofrece señorita? --Le pregunté acomedido.
-Vendo Seguros y títulos de Capitalización-me dijo, entregándome su tarjeta personal que aún conservo.
Tan pronto leí su nombre, le dije: Señorita Aurora la felicito, trabaja usted para una empresa muy seria. Todos los carros que he tenido de uso personal los he asegurado con ustedes, además, tengo ahorro de capitalización --le ratifiqué mostrándole la tarjeta del título de capitalización No.18318600 de cuotas de $50.000,oo mensuales, válida hasta diciembre 31 de 1993 y otra tarjeta de seguro del vehículo según póliza No. 1040542 recién vencida, en enero 16 de 1992.
-¿Señor, tiene usted seguro de vida? --Preguntó animada.
-No tengo señorita Aurora-- Le respondí, mirándola a los ojos.
-Por favor, no me llame Aurora, llámeme Ángela --me dijo con ternura.
-Como quiera señorita Ángela-Le repliqué coquetamente.
-¿A quién espera? -Pregunté.
-¿Gusta usted que le explique los planes de seguro?  --Replicó, ignorando mi pregunta.
(Años después pude constatar que ella no tuvo otro cliente en el edificio)
Terminé entregándole $93.984,oo acorde con el plan de seguro de vida que escogí. Ella me expidió el recibo provisional de caja No. 126318 de 1993, que aún conservo, ya referido, y por eso puedo asegurar qué fecha era cuando apareció en mi vida esta enigmática mujer. Aún conservo el Libro de Mormón obsequiado por ella con una bella dedicatoria. Dios bendiga este libro y a todos los que lo acatan.
Nos hicimos muy buenos amigos.
-En 1993 yo también estaba separado y vivía solo. Actualmente estoy nuevamente acompañado por una excelente mujer y bendecido con hijos-
Con Ángela fue una relación muy cordial y respetuosa. Nunca nos proyectamos hacia un futuro de vejez compartida. Ni en los planes de ella ni en los míos se incluía matrimonio o algo parecido. Eso me gustaba de ella, no me presionaba por una relación diferente a una buena amistad.
Transcurrieron más de doce meses viéndonos con regularidad.
Un viernes, a principios de 1.995, Ángela y yo decidimos por cambiar la rutina: pasar la noche en un motel. Compré una pequeña botella de licor en una cigarrería cerca de su oficina. Eran aproximadamente las siete de la noche cuando entramos al motel. Allí parqueé mi coche y nos dejamos guiar por el encargado hacia la habitación, quien prendió las luces y exigió el valor por adelantado. Yo cancelé, le di las gracias y cerré la puerta. Destapé la botella y serví dos copitas.
-Bueno mi amor, brindo por los dos, --le dije
-Se equivoca de persona, señor. Yo soy el ángel Sarén y debo entregarle un mensaje de Dios -dijo mirándome seria y fijamente a los ojos.
Arrodillado sobre mi pierna izquierda, levanté mi copa, y con mi mano derecha exclamé:
--¡Y yo soy Simón Bolívar, libertador de cinco naciones!
--Yo soy el ángel Sarén y tengo un mandato de Dios: usted escribirá un libro que será leído por muchos pueblos, naciones, lenguas y gobiernos. --insistió firmemente en tono suave.
Solté una fuerte carcajada.
-Te equivocas mi amor, yo podré llegar a ser cualquier otra cosa, menos escritor. Ya tengo más de cuarenta años y bien sabes que no me gusta escribir, ni siquiera una tarjeta, y mucho menos un libro --le dije, convencido por el conocimiento que tengo de mis limitaciones y de mis gustos.
La literatura nunca ha sido mi fuerte. En la universidad los exámenes los preferí orales, por la dificultad que tengo para escribir, repliqué sonriente.
-Viajará a Aguachica, Cesar, un municipio del Magdalena Medio -continuó imperturbable entregando su mensaje.
-No, mi amor; no te pongas pesada, eso está muy peligroso por allá -le dije sin perder mi buen humor. Esa es zona de candela, es mi tierra natal, pero allí se vive la guerra con mayor intensidad - le repliqué jocosamente.
-Nada tiene que temer, Dios ya le ha salvado la vida varias veces y continuará haciéndolo, pues usted tiene una misión que cumplir, como séptimo hijo de padres terrenales - me dijo con una voz solemne y llena de tranquila autoridad.
-Le repito señor que nada tiene que temer. Dios lo ha bendecido al elegirlo. Si alguien quiere hacerle daño antes de cumplida la misión de su vida, morirá primero.- advirtió frunciendo el ceño. Hablaba con voz sin matices, era invulnerable en su seguridad, me sorprendía su actuación.
-Y, obviamente, escribiré sobre la importancia de mantener tapados los volcanes- le dije para continuar su juego.
-Todo le será revelado en sueños. Lo que hable o escriba le vendrá por inspiración divina, será lleno del Espíritu Santo -Me dijo complacida.
-Bueno mi amor, ya me diste el mensaje de Dios. Te felicito por tan buena actuación. Ahora sí, brindemos -le dije creyendo que el juego había terminado. Pero no...
-Señor, lléveme a casa -dijo sin dar muestra de mal genio.
¿Estás hablando en serio, mi amor? ¿Nos vamos ya?-- Le pregunté tímidamente.
-Salgamos de acá señor -fue su firme respuesta.
Mirando su rostro comprendí que no bromeaba, que no actuaba, que algo extraño le sucedía a mi amiga.
-Si eso quieres, nos vamos -le dije más preocupado que disgustado.
Yo descarté la posibilidad de una broma y, obviamente tampoco fui receptor del mensaje. Lo único que pensé fue que mi amiga había enloquecido.
-Y además ¿sobre qué voy a escribir?  --le pregunté resueltamente.
-Todo le será revelado en sueños. Lo que hable o escriba le vendrá por inspiración divina, será lleno del Espíritu Santo -me repitió con la misma satisfacción expresada ya.
-¿En concreto, cuál es mi misión?--Le pregunté muy afectado.
-El día de un suceso apocalíptico identificará su misión. --respondió sin ni siquiera tomarse tiempo para pensar la repuesta. 
-¿Y qué pasa si me opongo? -murmuré, casi sin voz al final de la pregunta.
-No podrá, ni querrá, señor -respondió en un tono de absoluta seguridad. Su actitud era clara y enfática.
Aprovechando la parada en el semáforo de la calle 63 con carrera 13, abrió la puerta, se bajó y antes de cerrarla me dijo: -Vaya usted con Dios.
Después de que desapareció de mi vista, pensaba: ¡Pobrecita Ángela, se enloqueció! ¿O quizás no está loca? Preguntaba a mí mismo. Quizás finge -respondía yo mismo. ¿Pero cómo puede fingir de tal manera? Y hacía memoria de lo sucedido. ¿Por qué hacer todo aquel teatro, justo cuando ya había cancelado los derechos de habitación en el motel? No tenía sentido rechazarme, pues, no estábamos disgustados aquél día.
Quiero resaltar algo más del mensaje escrito en la libreta de apuntes que aún conservo. Sin fechar escribí en esa ocasión: «Ignoro si hacia el futuro tenga algún sentido lo que dice mi amiga Ángela, quien insiste en decir…»: y aparece todo lo que ya les dije. Al final de una parte del mensaje escribí también: «De todo esto prefiero no opinar nada, se lo dejo todo al tiempo que le dará algún sentido, si es que lo tiene»  y para terminar escribí, en aquella ocasión: ¡Oh Dios! Perdóname, pero no entiendo ni pío. Aun así Hágase en mí según tu palabra, si en realidad en ella encarnó un espíritu angelical» Y así finalicé mis notas aquella vez.
Días después, mientras trabajaba, rondaban en mi cabeza gestos y expresiones de ella: «Ángel Sarén» «Un libro que será leído por muchos pueblos...» «Debe viajar a Aguachica»  «Misión que cumplir como séptimo hijo...» «Que nadie intente hacerle daño, porque se muere primero» «Será lleno del Espíritu Santo»  «Dios ya le ha salvado la vida varias veces...» «El día de un suceso apocalíptico identificará su misión» «libros que le recordarán lo que ya usted sabe desde siempre»  «No podrá, ni querrá»
¡Qué mensaje, por Dios!
Aún puedo escucharla una y otra vez como si fuera ayer. Las tres veces que expuso el mensaje, fue coherente, nada fue inconexo, tanto el timbre como el tono y los gestos correspondían al mismo ser que entraba en ella. Hoy entiendo que frente a una médium uno escucha sin sentido crítico, se es todo oídos y ojos.
«El día de un suceso apocalíptico identificará su misión»  Le faltó decirme que la doctrina del libro enfrentaría a muchos líderes religiosos. No sabía si alegrarme o asustarme.
A mis 43 años, cuando en 1995 recibí el mandato divino, nunca había escrito un cuento y mucho menos una novela. No había ganado un solo peso escribiendo.
--¡¿Sobre qué iba a escribir, por Dios?!  ¡¿Sobre qué?!  ¡¿Por qué he de atafagar al mundo con un libro más?! -Me repetía en esa ocasión.
En los siguientes tres meses me refugié en el trabajo.
Inexplicablemente el clima frío empezaba hacerme daño después de veinticinco años de haber llegado de mi tierra natal. Mi actividad laboral no rendía los mismos beneficios económicos. Bogotá me resultaba estresante. Quería partir a donde fuera, menos a Aguachica.
Recién lo acontecido con Ángela, a principios del año 1995, entre enero y marzo, conduciendo mi auto por la circunvalar en Bogotá, recibí en la puerta derecha un golpe estruendoso;  no supe con certeza si fue una roca o un disparo. Continué sin parar hasta mi apartamento.
Un poco asustado me bajé a revisar qué había pasado. En la puerta opuesta a la del conductor había una abolladura que parecía causada por una piedra muy grande pero también tenía un orificio como de bala. Lo que me pareció extraño fue no haber perdido el control del vehículo con semejante golpe. Fue como una voz de piedra o de bala que algo me advertía. Un motivo más para irme de Bogotá, a cualquier ciudad de Colombia, pero menos para Aguachica.
Por suerte, el ángel Sarén, encarnado en Ángela, no entró en detalles en cuanto al contenido de mi obra. Si lo hubiese hecho, el susto o mis carcajadas hubieran sido mayores. Tampoco entró en detalles sobre insólitos acontecimientos venideros en mi vida terrenal, pues, al fin y al cabo, el mensaje fue completamente acorde con el desarrollo de su cumplimiento. El 21 de mayo de 1995, me reencontré con una exnovia de Aguachica, que actualmente es mi compañera, quien me motivó a vivir en Aguachica, durante casi tres años.  
Claro está que después de que usted lee todos los sueños y visiones relatadas, mediante los cuales recibí instrucciones, revelaciones e inspiraciones útiles para el cumplimiento de lo ordenado, va a exclamar: «así quien no escribe» y yo le respondo con humildad: no había otra forma que con la ayuda de Dios, pues, escritor de oficio no soy. No pierda de vista y recuérdelo siempre: no escribo por profesión sino por misión. Me han sucedido cosas, he tenido sueños y visiones que me han hecho llorar de emoción al darme la seguridad de que YO SOY.
Cuando escribo lo hago pensando en el presente y en el futuro, mucho más allá de mi muerte, de la muerte de mi esposa y de la muerte del último de mis hijos. Es decir, lo hago pensando en los humanos dentro de muchos años, sin temer que hoy enfurezca a los místicos y algunos líderes de sectas cristianas.
Amigo lector, ¿Tiene idea de mi reacción si el ángel Sarén me hubiera especificado que el libro ordenado contendría la verdad y nada más que la verdad sobre la vida y obra de Jesucristo, contradiciendo, en mucho, el Nuevo Testamento y, como consecuencia, ganarme de enemigo a los que comercializan con su divinización? Y, menos, imaginarme que escribiría el periodo de su vida comprendido entre los 12 y los 30 años de edad, año por año, e inclusive día por día en algunas ocasiones, ocultado al mundo, con gran parte de su mensaje.
¿Se puede imaginar mi escepticismo si me hubiera dicho que por primera vez esquematizaría la evolución del pensamiento filosófico en dos tendencias principales, para entrar a plantear una tercera concepción filosófica? ¿Y qué tal que me hubiera dicho que propondría a todas las organizaciones religiosas que en lugar de predicar un Dios a imagen y semejanza de los humanos, predicaran los humanos a imagen y semejanza de Dios, como una nueva concepción teológica, con todas sus favorables implicaciones?
Muy difícil  imaginar que dos días después de haber decidido contar mi historia personal, luego de mis inesperados impulsos por la escritura, el martes 11 de septiembre de 2001, el mundo observaría atónito un suceso apocalíptico: se derrumban dos torres gemelas en New York por un ataque sorpresivo de un vengador. Y aún más difícil de imaginar que el 18 de abril de 2002 estuviese escribiendo un sueño profético con el Título: Nuevo Apocalipsis-Profecías del 9-11.
La presente historia la comencé con una gran pregunta: ¿Fantasía o realidad? La respuesta es la misma: El tiempo lo dirá.
Nota
Hasta hace muy poco dejé de querer ver a Aurora para hacerle varias preguntas e imaginar grabar en secreto sus respuestas para sustentar mi historia. Actualmente estoy seguro que nada podría responderme, porque ella no era ella. A través de ella el ángel Sarén habló (No estoy seguro que se escriba así). Mirando retrospectivamente, durante el mensaje repetido por tercera vez, ella ignoraba lo que decía mientras hablaba. Quienes no crean que Ángela fue poseída por el espíritu angelical de nombre Sarén, tendrán que demostrar lo contrario. Yo me limito a escribir lo que creo que es bueno para la humanidad. Para mí es más fácil ser el que Soy.
Lo sucedido durante mi estadía de tres años en Aguachica será incluido en la autobiografía titulada El INFORME FINAL. Las demás inquietudes surgidas en este corto relato le serán resueltas cuando lea mi obra literaria.

¿Quién soy?

Voy a relatar algo que sucedió en la oficina del mayor retirado de la policía, de nombre Jesús, quien tenía un local identificado con el No. 111, en el Centro Comercial de la 59, en Bogotá-Colombia.
Estaba el mayor Jesús vestido formalmente, como decimos en mi tierra natal: de paño y corbata. Estaba otro señor, de pie, de pelo largo, con bigote delgado pero sin barba, vestido informalmente, es decir, no tenía ni saco ni corbata, sólo camisa a cuadros rojos y azul, y pantalón bluyean; estaba el amigo Horacio, vestido con chaqueta sport azul y pantalón azul oscuro, con camisa a cuadros azules, y yo; vestido con saco y pantalón del mismo paño a rayas café, con camisa de un solo tono beige, de pelo largo y barba. Estábamos degustando un burbujeante champaña sin ningún motivo expreso.
Inesperadamente llega una chica de aspecto humilde, bella por cierto, entre los diecinueve y veintidós años de edad, a ofrecernos torta de queso. Aunque le dijimos que no, y le dimos las gracias, ella se quedó recostada a la entrada de la puerta, que sólo queda a dos metros de la silla ejecutiva donde se encontraba sentado el mayor Jesús. Estoy hablando de una oficina de dos por dos metros. Un cucurucho, como humilde y tiernamente le llamaba el mayor Jesús a su oficina.
Nosotros le insistimos: no gracias. Ella continuó parada en la puerta escuchando la conversación, de esas que no requiere privacidad. De pronto, al mayor Jesús se le ocurrió preguntarle a la vendedora de tortas: ¿Señorita, qué impresión le damos cada uno de nosotros? ¿Quién cree que somos, señorita? 
La dama con acento paisa, un poco extrovertida, asumiendo el papel de psicóloga empezó por su derecha, en sentido contrario a las manecillas del reloj, con el señor de pie, descrito ya, quizás de 30 o 35 años. El señor tiene el aspecto de ser un hombre de teatro. --Dijo la vendedora de tortas. Sí, efectivamente, el señor trabaja en obras de teatro. Él confirmó afirmativamente, moviendo la cabeza de arriba hacia abajo.
La advenediza e improvisada  psicóloga, refiriéndose al mayor Jesús dijo: el señor es un mayor retirado, y en este momento tiene pinta de gerente, y usted, refiriéndose a Horacio, le dijo: usted parece propietario de un restaurante. No se equivocaba. Horacio había tenido de su propiedad un restaurante, y el señor Jesús es pensionado por la policía, y en cierta forma era el gerente en su oficina; y usted, refiriéndose a mí, dijo: Usted es Cristo dos (2). —Dijo con mucha seriedad la vendedora de tortas. 
Dirigiéndome a ella y a mis compañeros, con dialecto shesperiano expresé:
-Graciosa dama y queridos hermanos, aprovecho la oportunidad para deciros que Cristo Uno (1) no va a volver, mandó a decir conmigo que no vuelve, porque lo volveríamos a negar, a escupir, y a crucificar. Jesucristo y cualquier otro profeta encarnado son irrepetibles, como irrepetible es su momento histórico. Creo que Cristo, su espíritu, su palabra, su mensaje, su doctrina, su amor, sus señalamientos del camino de regreso a Dios, aún siguen vigentes, en el eterno presente en el que suceden las cosas para Dios. El espíritu de Cristo no ha partido. Cada uno de nosotros puede vivir de acuerdo a las enseñanzas de Cristo. Todos podemos ser apóstoles de Jesucristo. Pero no igual a Cristo. Él es único e irrepetible.  A lo máximo que podemos aspirar a ser, es ser su abnegado siervo, su fiel discípulo, su incondicional testigo, su humilde apóstol, su ángel mensajero.-
En estos términos acepto su descripción, querida psicóloga, --dije en tono cordial a la vendedora de tortas y a mis  hermanos presentes.
Terminamos por hacer un fondo común para comprarle la única torta que vendía. El Mayor Jesús le tomó algunos datos personales con el compromiso de ayudarle laboralmente.
Cuando nos estábamos despidiendo, yo le pregunté a la vendedora de tortas: ¿Hacia dónde va, señorita? Hacia el sur. –Respondió.
Yo me ofrecí a llevarla a casa, aprovechando que quedaba en la ruta camino a la mía. Durante el camino le hablé acerca de mi investigación sobre la vida y obra de Jesucristo. Cuando llegamos a la puerta de su casa le dije: no se moleste por lo que voy a decirle: es usted una agradable dama, pero le aseguro que no quise conquistar su cuerpo, sino rescatar su alma. La paz sea contigo. Ella respondió, lo mismo, vaya usted con Dios, y se bajó muy agradecida: ¿por la conversación? No sé. ¿Por el chance de transporte? Quizás. Yo estaba más agradecido con ella por el honor que me hacía diciéndome que yo era Cristo dos (2).
Un mes después me enteré por boca del Mayor Jesús que con los datos dejados por la vendedora de tortas no le fue posible contactarla. En la dirección y en el  teléfono dado no dan razón de ella.- me contó. Yo le pregunté qué dirección le había dado, y efectivamente, era la misma de donde yo le había dejado, cuando la llevé en mi coche. Con mi experiencia con el ángel Sarén, y la desaparición misteriosa  de la bella vendedora de tortas, no me cabe duda que se trató de otro espíritu angelical encarnado en humano, para ratificar el mensaje del ángel Sarén.
¿Quién soy? En realidad me basta saber que tengo una misión, ¿auto otorgada o divina? el tiempo lo dirá.
Dios sabe quién soy y por lo tanto, algún día, se sabrá quién soy.
Simplemente muevo mis dedos golpeando letras en el teclado, al ritmo de una mente inquieta y un corazón preocupado. No escribo por profesión, sino por misión.
Independientemente de si soy o no la persona esperada  para este tiempo; aquí y ahora digo que lo importante es que se juzgue con el espíritu y el cerebro la clase de mensaje que deseo compartir. Quienes son leales a Dios y su espíritu esté cerca del Padre Espiritual tienen dentro de sí el poder para saber quién soy.
El profeta llega, si salimos a su encuentro, escuchándolo, y, en este tiempo, leyéndolo. Quién analice acertadamente mi doctrina, sabrá quién soy. Reitero que al elegido para este tiempo no lo esperemos viniendo de la estratosfera, envuelto en nubes, con cuerpo glorioso y hablando con lenguas de fuegos.
Quizás muera pronta, lo que importa es que conozcan el mensaje, no anhelo veneración, veneremos a Dios, no a mí. En verdad, creo que ningún profeta buscó ser venerado, pero, yo, sí deseo ser leído para que el mensaje se esparza a todos los rincones de la Tierra, y entre todos establezcamos el Reino de Dios. 
Ya les dije que lo que importa es el mensaje de Jesucristo y de todos los profetas. Después de que un profeta hace su aparición públicamente, se incrementan las misiones celestiales de ángeles, para apoyar la labor de renovación de creencias, paz y amor. Sea usted también un ángel de Dios, piense y obre como hijo de Dios.
A mis paisanos, parientes y amigos les agradeceré comprensión y respeto; pues, es bien sabido que es muy difícil ser aceptado como profeta en su tierra, y por sus conocidos más  cercanos.

Nuevo Apocalipsis

En la noche del 17 para amanecer el 18 de abril del 2002, soné que disfrutaba de los colores de un perfecto arco iris, de extremo a extremo de los confines de la tierra, con una nitidez, que cosa alguna pueda ser más nítida. Bajo tan grande belleza natural, se hallaba una magnificente mesa redonda y alrededor habían sentados veinticuatro ancianos, cubiertos de vestiduras blancas, y con coronas de oro sobre sus cabezas que resplandecían en todas direcciones. Perfectamente distribuidas ardían, con fuego alborotado, las llamas de siete lámparas. El Santo anciano que estaba frente a mí, quizás el de mayor edad, me invitó a sentarme en una silla que estaba a su lado izquierdo. A su derecha sobre la mesa estaba un libro, anudado con cintas de colores, los colores del arco Iris, representativos de los siete Espíritus Rectores. Lo tomé, quité las siete cintas, y observé, que estaba escrito hacia adelante y hacia atrás, al derecho y al revés, por dentro y por fuera. El anfitrión, refiriéndose al libro, sellado con cintas, que tenía en mis manos, me dijo: Nuestro Dios Padre Espiritual os encuentra digno de tomar el libro y quitar sus cintas para darlo a conocer a muchos pueblos, lenguas, naciones y gobiernos para que conozcan el poder divino, la riqueza espiritual, la sabiduría de mis devotos filósofos, la fortaleza del espíritu, y el honor de ser mis hijos, para merecer la gloria y mis bendiciones. Por hoy, se os ha concedido el don de profecía; no serán sentencias definitivas; serán revelaciones de futuros posibles, de opciones por elegir para la humanidad según el libre albedrío que habéis heredado de nuestro Dios Padre en vuestro Dios Interior.  
Hoy abrirás el libro donde está el calendario de las profecías del 9-11, que contiene exactamente cien fechas, cuyos dígitos suman once (11) Ni una más ni una menos. Será el nuevo Apocalipsis, la nueva revelación prevista en el versículo 11 del capítulo 10 del apocalipsis escrito por Jesucristo: «Es preciso que de nuevo profetices a los pueblos, a las naciones, a las lenguas y a los reyes numerosos» Profetizarás del 2009 al 3800 equivalente a un periodo de 1791 años, que corresponde a la Era de Acuario.
--Mi emoción era indescriptible--
Tan pronto hube visto todo el calendario y escuchado la insólita forma de elaborarlo y sin poder ocultar mi actitud reflexiva no logré contener la expresión escéptica de mis hombros levantados como queriendo tapar mis orejas y sin poder contenerme exclamé una simple pero grande letra ¿Y...? Antes de que mis hombros bajaran a la posición normal, el Santo Anciano que se encontraba a mi izquierda, con una sonrisa pícara pero con el gesto complacido de quien posee la respuesta acertada, respondió: los sucesos proféticos los verás cuando abras la panorámica visión de los ojos del espíritu que permiten ver lo que los ojos de la carne no alcanzan a percibir. No paséis a la siguiente página sin antes haber entendido bien la que tenéis al frente.
--¡Ah! Y no olvides aclarar quién fue un profeta—agregó el Santo Anciano.
En el trabajo publicado en Monografías.com con el título: “Nuevo Apocalipsis, Profecías del 9-11" encuentra relatado el sueño profético, la explicación del Santo Anciano de cómo elaborar el calendario para las profecías, y la revelación del Nuevo Apocalipsis, y otros detalles que justificaron la creación de la ICP (Iglesia Cristianismo Primigenio).

Quiera Dios que alcance a diagramar e imprimir un nuevo folleto que contenga el Nuevo Apocalipsis, la nueva revelación hecha a este humilde hijo de Dios, por siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario